El pie equinovaro es una de las alteraciones musculoesqueléticas congénitas más frecuentes. Tiene una incidencia de 1 a 6,8 de cada 1.000 recién nacidos vivos (1-2/1.000 en Europa). En aproximadamente un 50% de los casos afecta a los dos pies y existe una prevalencia aumentada en el sexo masculino 3-4 a 1.
Su diagnóstico definitivo es siempre clínico, una vez nacido el bebé, pero es habitual el diagnóstico de sospecha mediante técnicas ecográficas. A día de hoy lo más habitual es descubrir la probable patología en la ecografía morfológica de las 20 semanas.
Existen múltiples hipótesis acerca de las causas que dan lugar a esta deformidad. En la mayor parte de los casos su origen es desconocido, no refiriendo los pacientes antecedentes familiares, aunque se han reconocido variaciones en genes que se asocian a la patología, todas ellas implicadas en el desarrollo y la función del músculo. No se ha demostrado relación causal de la deformidad con factores externos como el consumo de alcohol por parte de la madre y no hay datos que prueben de forma fidedigna la relación entre el pie equinovaro y el oligoamnios o escasez de líquido amniótico que rodea al feto, teoría defendida en el pasado.
En casos poco frecuentes el pie zambo se encuentra asociado a alguna enfermedad neuromuscular, siendo por ello de crucial importancia la exhaustiva exploración del recién nacido durante la consulta.
La deformidad del pie equinovaro es tridimensional, presentando el pie una conformación en aducto, cavo, varo y equino, asociadas a una mayor o menor rigidez. Es preciso realizar un correcto diagnóstico diferencial con otras entidades, como el metatarso aducto o la deformidad posicional del recién nacido. Este diagnóstico inicial condicionará el tratamiento futuro, por lo que es básico reconocer las características propias de cada una de las 3 entidades.